Viajar a Islandia por libre es encontrarse con el planeta Tierra más salvaje y ancestral: volcanes, campos de lava, glaciares, acantilados, desiertos y un sinfín de cascadas de casi todos los tamaños y formas imaginables. El viajero se sobrecoge ante paisajes inconmensurables, formaciones rocosas que parecen salidas del taller de un delirante escultor y fumarolas que atestiguan que la tierra hierve bajo sus pies.
No es un mundo de vida desbordante, apenas hay árboles ni actividad humana –aunque sí una fauna fascinante y singular-. Estamos ante una naturaleza primitiva, solitaria y a punto de estallar; una tierra de mil colores, aguas termales y olor a azufre.
Este relato es fruto de un viaje a Islandia por libre de dos semanas realizado en agosto de 2017 alrededor de una isla apenas habitada que sorprende a cada paso, un recorrido en coche con algunas rutas a pie y la libertad de una tienda de campaña.
Del avión al coche para comenzar a explorar Islandia por libre
Empecemos por lo más básico. A Islandia se llega al aeropuerto internacional de Keflavík, que está a 50 kilómetros al oeste de Reikiavik. La capital tiene su propio aeropuerto, pero es más pequeño, para vuelos nacionales. Dadas las distancias, la dispersión de la población y la escasez de infraestructuras, el avión es un transporte importante hasta el punto de que localidades con apenas unos cientos de habitantes tienen un pequeño aeropuerto.
El país suma poco más de 330.000 habitantes y dos tercios se concentran en Reikiavik y alrededores, pero cuenta con una extensión superior a Castilla y León o Portugal, así que la mayor parte del territorio tiene una densidad de población bajísima y hay amplias zonas completamente deshabitadas.
Alquilar un coche en el aeropuerto es la mejor opción –por no decir la única- si uno quiere viajar por Islandia por su cuenta, aunque hay autobuses, muchos autoestopistas y locos ciclistas que desafían las condiciones meteorológicas. Sí, no resulta muy económico, tampoco la gasolina ni casi nada en uno de los países más caros del mundo, pero merece la pena para llegar donde queramos.
Aquí conviene aclarar: hay muchas carreteras importantes que no están asfaltadas, pero esto no quiere decir que necesitemos un todoterreno, un coche pequeño te llevará a casi todos los lugares de interés. Solo tendremos vetadas las “carreteras” –más bien caminos- que empiezan con F en los mapas, aunque también hay otras que sin tener esta denominación son poco aconsejables. Incluso la famosa carretera número 1 o Ring Road, que da la vuelta a toda la isla, tiene algún tramo sin asfaltar en el sureste.
El Círculo Dorado
Si vamos a estar muy poco tiempo, no deberíamos perdernos una excursión por el Círculo Dorado, tres atracciones turísticas cerca de Reikiavik que nos dan una pequeña idea de lo que es este impresionante país y que se pueden visitar en un solo día: la cascada de Gullfoss; del valle de Haukadalur, con sus géiseres; y el parque nacional Þingvellir.
La cascada de Gullfoss, en el cauce del río Hvítá, que gira bruscamente en esta zona, cae de forma escalonada y sorprende por su anchura y el volumen de agua que descarga y salpica a los visitantes. A comienzos del siglo XX se proyectó una presa para aprovechamiento hidroeléctrico que por suerte nunca llegó a realizarse. La hija del propietario del terreno –hoy del estado islandés- fue la heroína de este episodio, puesto que llegó a caminar descalza hasta Reikiavik como protesta.
En el valle de Haukadalur encontramos el géiser que le dio nombre a este fenómeno en todo el mundo (Geysir), que hoy está casi inactivo. Por suerte al lado está Strokkur, otro géiser que entra en erupción cada pocos minutos con un chorro de aguas termales que llega a los 20 metros de altura.
En el parque nacional Þingvellir los vikingos fundaron el Alþingi, considerado primer parlamento democrático del mundo, en el año 930, pero desde el punto de vista geológico lo más importante es la separación de las placas tectónicas euroasiática y norteamericana, que se deja ver en la superficie en forma de un cañón de varios kilómetros que se puede recorrer a pie, un lugar en el que no faltan bellas cascadas y un paisaje espectacular.
El volcán de Julio Verne
Nuestro recorrido por libre en Islandia fue circular en el sentido de las agujas del reloj y siguiendo principalmente la carretera 1, pero la península de Snæfellsnes y los Fiordos del Oeste bien merecen un desvío, a ser posible, de varios días.
Julio Verne situó la entrada al interior de nuestro planeta en la península de Snæfellsnes, concretamente a través del volcán Snæfellsjökull, en su famosa novela “Viaje al centro de la Tierra”. A medida que nos acercamos hacia allá, por la carretera que bordea la costa, el paisaje se vuelve más interesante. La cascada Bæjarfoss, muy cerca del mar, merece una parada. Entre los pequeños pueblos de Arnastapi y Hellnar hicimos una ruta por senderos pegados a los acantilados acompañados por miles de aves marinas. Aquí ya estamos a los pies del volcán, de 1.446 metros de altura, y rodeados de un paisaje lunar cubierto de un musgo blanquecino que hace que todo parezca irreal.
De camping en Islandia
En Islandia hay acampada libre y tengo un recuerdo especial de este día, en el que acampamos con el mar a un lado y este volcán nevado al otro. Sin embargo, los campings son abundantes y baratos para lo que es Islandia, así que allí acude todo el mundo. Otro tipo de alojamiento es posible, pero escaso y carísimo. Por lo tanto, es muy recomendable llevar una tienda de campaña consigo. Entre los campings nos encontramos de todo, algunos no están mal y otros dejan mucho que desear. En muchos tienes que pagar la ducha aparte.
Seguimos bordeando la costa y la carretera nos lleva a la punta de la península –con playas de arena y más paisajes moldeados por antiguos campos de lava- y a la costa norte de la misma, donde empiezan a aparecer grandes montañas separadas del mar por poco más que la propia carretera y por las que corren un sinfín de cascadas. A sus pies, localidades pesqueras como Grundarfjörður y Stykkishólmsbær, el pueblo más grande de la península –poco más de 1.000 habitantes-, con sus casas de colores.
Los Fiordos del Oeste
Una carretera sin asfaltar nos conduce al norte, la región de los fiordos que en gran parte es inaccesible sin todoterreno y a la que solo van el 14% de los visitantes del país. Aún así, los lugares a los que se llega con un simple turismo son tan increíbles que merece mucho la pena. Por la carretera 61, más allá de Hólmavik y en dirección al noroeste, pasamos por un paisaje desértico y casi helado por la altitud. En Reykjanes hay poco más que un hotel y un camping, aunque las vistas nos permiten recrearnos con un glaciar lejano, más allá de los fiordos en los que estamos.
A partir de ahí, bordeamos la costa y disfrutamos de paisajes comparables con los que ofrecen los fiordos noruegos, paredes verdes que emergen de las aguas del mar y suben cientos de metros hasta donde las nubes ya no nos permiten ver. En algunos lugares se pueden observar focas en rocas poco accesibles cubiertas de algas.
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Enamorados de la carretera 60
Llegamos a Ísafjarðarbær y de ahí fuimos retornando al sur después de atravesar un curioso túnel tan estrecho que tienes huecos para orillarte y dejar pasar a los coches que vienen de frente. La carretera 60, de fiordo en fiordo por unos trazados casi inverosímiles y sin asfaltar, nos ofreció algunos de los mejores paisajes del viaje. Con la increíble sensación de que cada curva te descubría una vista nueva a cualquier lado de la carretera y cada vez más espectacular, subíamos cientos de metros que volvíamos a bajar hasta la orilla del mar, una y otra vez.
En el recodo que hace uno de los fiordos encontramos la increíble cascada Dynjandi. Merece la pena subir hasta donde se puede, hasta la caída de agua principal –más abajo hay una serie de pequeñas cascadas hasta llegar al mar- para observar una panorámica incomparable del fiordo.
Aguas termales
De camino a Bíldudalur encontramos una piscina de aguas termales (32ºC) gratuita, en medio del campo y también en el recodo de un fiordo y ante unas magníficas vistas del mismo. A pocos metros el manantial sale a más de 40ºC. Hay algunas de este tipo, pero lo habitual es que los islandeses vayan a las piscinas –hay en todos los pueblos- , donde tienen aguas a distintas temperaturas. Antes de entrar hay que desnudarse completamente y darse una ducha. Por cierto, las aguas geotermales más turísticas son las del Lago Azul, cerca del aeropuerto internacional, pero es muy caro y nosotros decidimos que no merecía la pena.
Los islandeses aprovechan este regalo de la tierra, las aguas termales, para no tener que calentar el agua con la que se duchan. La contrapartida de ello es que el agua huele a azufre y al principio ducharse así no produce una buena sensación, pero te acostumbras. Además, en general huele a azufre por todas partes.
Siguiendo con nuestro viaje a Islandia por libre por la región de los fiordos, lo más al oeste que llegamos fue hasta Patreksfjörður. La verdad es que la mayoría de estos pueblos tienen poco atractivo y escaso patrimonio, casas reforzadas con chapas por fuera aunque con colores alegres y alguna iglesia más o menos pintoresca. Está claro que lo más potente de Islandia está en la naturaleza.
Después regresamos a la carretera 1, recorriendo el norte de la isla. En esta zona hay que hacer muchos kilómetros sin reseñar nada de especial interés, salvo algunas montañas de camino a Akureyri, que con menos de 20.000 habitantes es la segunda ciudad más grande del país.
El lago Mývatn y sus increíbles alrededores
Más allá está Goðafoss, la “cascada de los dioses”, una buena parada antes de llegar al lago Mývatn, rodeado de lugares de interés.
Por ejemplo, Dimmuborgir es un campo de lava muy reciente con curiosas formas y varias rutas para hacer a pie. Hverfjall es un gran volcán que entró en erupción hace 2.700 años y que tiene más 400 metros de altura, que se pueden ascender hasta llegar a su enorme cráter de piedras y tierras negras. Desde lo alto veremos fumarolas relativamente cercanas, las que de Hverir, una zona con minerales que hierven a ras de suelo y colores que parecen transporte a otro planeta. No muy lejos, Grjótagjá es una pequeña cueva con aguas termales, donde se rodó la escena en la que Jon Nieve pierde la virginidad en Juego de Tronos.
En la zona de Krafla, también muy próxima, podemos ver una central geotérmica con toda su infraestructura y Leirhnjúkur, un paisaje volcánico completamente distinto, donde la tierra aún está caliente en la superficie. El Viti es otro cráter, en este caso, con agua.
No muy lejos encontramos la cascada Dettifoss, un increíble lugar que se abre como una herida en medio de un paisaje llano y rocoso sobre el que se puede uno maravillar con el arco iris que forma el vapor de agua a poco que salga un rayo de sol. Tampoco está nada mal la vecina Selfoss, a la que se puede llegar andando.
Nuestra incursión más al norte llegó hasta Húsavík, cuyos 2.000 habitantes viven de la pesca y la observación de ballenas. Con este último propósito nos presentamos allí, pero el tiempo era demasiado malo para que salieran barcos, así que tuvimos que esperar a probar suerte al día siguiente. Y la hubo –relativamente, porque el oleaje era tan fuerte en alta mar que una experiencia así es poco recomendable para quien se maree- así que pudimos contemplar cómo un cetáceo emergía para respirar y se volvía a hundir mostrándonos su gran cola.
Un biólogo español –parece que en esta localidad trabajan unos cuantos compatriotas- nos contó que desde 2004 han llegado a identificar 700 ejemplares de ballenas diferentes solo en esa bahía. Una foto de la cola es suficiente para ello, puesto que todas son diferentes. Así saben que la mayoría de estos animales se van en invierno al Caribe –en estas latitudes se quedan sin comida- y regresan en verano.
La fauna islandesa
Aprovecho para decir algo sobre la fauna islandesa. Aparte de las ballenas y las focas, que ya he comentado, destacan los frailecillos, ave convertida en emblema nacional, que se puede ver sobre todo en el sur. Como anécdota y alerta ante el cambio climático, parece ser que alguna vez ha llegado un oso polar en una banquisa desde Groenlandia. Al avanzar por las carreteras apenas vemos vacas, pero hay caballos por todas partes, convertidos también en una atracción turística para dar paseos. Y mención aparte merecen las ovejas. Las hay por todas partes, libres, sin pastor ni perro que las gobierne… ¡Y casi siempre están agrupadas de tres en tres! Aún no sé si hay explicación.
La comida en Islandia
Y ya que hablamos de animales, hablemos de comida. Os aseguro que la gastronomía es uno de los pilares básicos de cualquiera de mis viajes, pero no fue así esta vez. Había que ahorrar en algún aspecto, así que tiramos de supermercado porque los precios de los restaurantes son particularmente desorbitados. Nos perdimos delicias como el tiburón fermentado (es decir, podrido), pero no la sopa local, que se anuncia con el dibujo de un pote en muchos sitios, incluidas las gasolineras. Por cierto, a la hora de tomarla –al igual que ocurre con el café- pagas una vez y te puedes servir todo lo que quieras.
Continuamos viaje hacia el este por la Ring Road en una extraña experiencia que consistió en atravesar un auténtico desierto con cierto encanto: un paisaje lunar en el que a lo largo de más de 100 kilómetros no vimos ni una casa, ni un árbol… ¡Ni una oveja! La nada más absoluta. Hasta que llegamos, cómo no, a una cascada que nos hizo reconocer el paisaje islandés habitual.
Los fiordos del este
Así llegamos a la costa este, que también tiene sus fiordos y un pueblo que probablemente es el más bonito de Islandia: Seyðisfjörður. Refugio de artistas, buena parte de sus casas de madera y de vivos colores fueron llevadas desmontadas por los noruegos en el siglo XIX. Lo más impresionante es llegar al fiordo desde una gran altura en la que aún se conserva la nieve y ver un paisaje verde y el pueblecito a orillas del mar.
Bajando hacia el sur encontramos el lago Lagarfljot. Una ruta ascendente nos lleva hasta las cataratas Litlanesfoss y Hengifoss, que destacan por su increíble geología, sobre todo la primera, con sus magníficas columnas de basalto. De camino a Höfn encontramos playas negras inmensas y nos preparamos para encarar el increíble sur de Islandia.
Jökulsárlón es un lago casi de fantasía, pegado al mar, al que llega una lengua del gigantesco glaciar Vatnajökull, el mayor de Islandia –ocupa el centro de la isla- y segundo de Europa. Aquí encontramos innumerables icebergs que se desprenden, con todo tipo de formas y tamaños, un paisaje blanco y azul para recrearse durante un buen rato. Muy cerca está Fjallsárlón, otra laguna menos turística pero con una vista incluso más atractiva y pegada al glaciar.
Siguiendo nuestro recorrido, ya hacia el oeste, merece la pena detenerse en el parque nacional Skaftafell, uno de los pocos sitios arbolados de Islandia. Lo más habitual es que los visitantes se acercan hasta la cascada Svartifoss, otra maravilla por las columnas de basalto en una estampa que parece sacada de un cuadro cubista. Sin embargo, nosotros quisimos conocer el parque más a fondo y realizamos una ruta de unos 15 kilómetros que parte del centro de visitantes. El regreso, por un camino al lado del glaciar, fue absolutamente espectacular: las montañas, el hielo, el sandur –planicie formada por los sedimentos que arrastra el agua del glaciar al fundirse-, el silencio y al fondo, el mar. Sin palabras.
El tiempo
Lo cierto es que tuvimos mucha suerte con la ruta porque hacía un sol increíble. Creo que fue el único día que no nos cayó ni una sola gota de lluvia. Según el dicho popular, si no te gusta el tiempo de Islandia solo tienes que esperar cinco minutos a que cambie. Y así es. Generalmente, llueve y sale el sol continuamente y las nubes pasan veloces impulsadas por la increíble fuerza del viento, potente y omnipresente. Todo esto tiene su lado bueno: ningún sitio como en Islandia he disfrutado tanto de la luz, de ver cómo cambia radicalmente un paisaje en un instante en función de que salga el sol o se oculte.
Seguimos avanzando por la carretera 1 pegados a la costa sur. Foss á Síðu es una pequeña cascada que tiene su foto si se toma desde el otro lado de la carretera, enmarcada por la formación rocosa Dverghamrar, más columnas de basalto. En el pequeño pueblo Kirkjubæjarklaustur encontramos que las formas hexagonales han formado un curioso “suelo de iglesia”, como dicen los locales. Muy cerca está el cañón Fjaðrárgljúfur, formado hace dos millones de años.
A la derecha de la carretera tenemos el extraño paisaje que dejó el estallido del volcán Laki, el mayor campo de lava formado nunca por una sola erupción. La catástrofe que ocasionó en el siglo XVIII, cubriendo los cielos europeos y arruinando las cosechas, precedió y fue decisiva, según algunos historiadores, para que pocos años más tarde tuviera lugar la Revolución Francesa.
Vík es la localidad más al sur de la isla. Tiene una playa negra con vistas espectaculares e increíbles formas de basalto junto al mar que parecen toda una catedral. Además los Reynisdrangur o trolls de piedra –se quedaron petrificados porque les pilló el amanecer, dice la tradición- emergen del mar. Uno de los mejores lugares para ver frailecillos es Dyrhólaey, con sus magníficos acantilados.
El avión abandonado
Una de las cosas más curiosas que uno se encuentra en Islandia es el avión abandonado de la zona de Sólheimasandur. Estrellado en 1973, procedía de la base americana que existió en Islandia hasta 2006 y se ha convertido en una atracción turística que ofrece una estampa de película, cerca del mar pero en medio de la nada. Eso sí, hay que pegarse una buena caminata –o alquilar una bici- para llegar hasta él desde la carretera.
Muy cerca, Skógafoss es otra cascada espectacular y desde ella se pueden emprender rutas hacia las tierras altas de Landmannalaugar. Por su parte, Seljalandsfoss es otra cascada famosa porque se puede pasar por detrás de la caída del agua.
La cascada escondida
La mayoría de los turistas no pasan de ahí, pero cometen un gran error, porque a unos pocos cientos de metros existe un lugar mágico. Se trata de otra cascada (¡qué novedad!), pero una muy diferente. Se oculta tras un acantilado y se puede escalar –no sin cierto peligro, hay cadenas para agarrarse- hasta verla desde arriba, pero lo mejor es entrar por abajo a través de una hendidura de la roca, un paso estrecho por el que tienes que entrar pisando piedras para evitar meter los pies en el río procedente de la cascada. Dentro te encuentras una caída de agua de 40 metros rodeada de paredes verdes. Te mojas, te empapas, es inevitable y apenas puedes hacer fotos por este motivo, pero es un lugar único. Se llama Gljufrabui y yo salí de allí pensando que era mi lugar favorito en el mundo.
Toda esta zona está lo suficientemente cerca de Reikiavik como para acercarse aunque la estancia en Islandia vaya a ser corta. Nuestra vuelta a la isla se completó con una incursión hasta la zona de Landmannalaugar, cerca de las Tierras Altas, aunque llegó un punto en el que nos desaconsejaron seguir sin todoterreno. Aún así mereció la pena deleitarse una vez más con paisajes cambiantes, del desierto volcánico lleno de amarillos, rojos y ocres al verde de la vegetación. De camino a la capital solo nos detuvimos en Hveragerði, localidad de aguas termales y fumarolas.
Reikiavik
Llegar a Reikiavik después de dos semanas de plena naturaleza salvaje supone un gran impacto. Coches, casas, gente… La capital tiene una animada vida nocturna, muchos bares –conviene aprovechar la happy hour para que el bolsillo no se lleve demasiados sustos-, tiendas y un magnífico ambiente general. El mejor consejo es simplemente pasear, dejarse llevar entre sus casas bajas, acercarse al puerto y echar de menos las columnas de basalto de la naturaleza contemplando la iglesia Hallgrímskirkja, el edificio más alto, que trata de imitarlas en busca de un estilo arquitectónico islandés.
Un viaje por libre a Islandia para repetir. De hecho, nos faltó una cosa por la cual merecerá la pena volver, pero mejor en otra época del año: las auroras boreales. Ir en verano supone perdérselas. Aunque a medida que transcurría nuestra estancia se notaba cómo crecían las horas de luz, en los primeros días nos dio la impresión de que no llegaba a ser nunca noche cerrada.
Así finalizó para nosotros un viaje irrepetible a uno de los países más singulares del mundo, donde el fuego convive con el hielo y el ser humano sobrevive entre contrastes.
Puedes ver más fotografías que ilustran este viaje a Islandia por libre en la cuenta de Flickr del autor.
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