Cuando se circula por el sur de Islandia por la carretera de circunvalación 1 hay algo que llama poderosamente la atención. A un lado aparece una llanura interminable en la que el mar se entrelaza con la tierra. Y al otro lado, una concatenaciónn de montañas verdes y amarillas entre las que aparecen unas inmensas lenguas blancas. Estamos en al Parque Nacional de Skatafell, el más extenso de toda Europa y, por supuesto, de Islandia. De hecho ocupa un 12 por ciento de la superficie del país. Casi nada. En esta explosión de naturaleza con cascadas, vertiginosos picos y hermosos valles, se abre paso el glaciar más gigantesco del Viejo Continente. Se abre paso es un decir, porque lo que ocurre es más bien todo lo contrario. Cada año retrocede unos metros. El calentamiento del planeta tiene efectos perniciosos en esta joya helada del norte del globo, como también lo tiene en el sur en los argentinos Perito Moreno, Upsala o Spegazzini. Esperemos tener la suficiente cordura como para ralentizar un deshielo que elevaría el nivel del mar y provocaría unos efectos catastróficos.
Pero mientras tanto, esas lenguas de hielo gigantescas y forzudas capaces de quebrar montañas y arrastrar toneladas de tierra y rocas, tienen su lado cariñoso y amable. El que nos permite caminar por su superficie ‘acristalada’ a través de una vibrante excursión por un glaciar en Islandia. Una experiencia única que no se tiene la oportunidad de vivir todos los días. Entre otras cosas porque los españoles no tenemos un glaciar a la vuelta de la esquina en el que soltar adrenalina y darle la mano a la naturaleza más pura. Los hubo, en Gredos y en el Lago de Sanabria, por ejemplo, pero ahora solo nos quedan los valles que moldearon esas masas ingentes de hielo. Nosotros tuvimos la fortuna de hacer una actividad así en Argentina, nada más y nada menos que en el archiconocido Perito Moreno. Fue tal el disfrute, que en nuestro viaje a Islandia en una semana decidimos repetir. Y lo hicimos de la mano de Guide to Iceland, la empresa que ofrece los tours y excursiones más populares del país como el avistamiento de auroras, de ballenas, recorridos por el interior de volcanes o cuevas de hielo y el paseo en barco entre los iceberg del lago Jökulsárlon.
La seriedad y la profesionalidad de los guías de esta excursión por un glaciar en Islandia fue excepcional. Simplemente hay que estar media hora antes del comienzo de la actividad en la caseta de Icelandic Mountain Guides, junto al centro de recepción de visitantes del Parque Nacional Skatafell. Allí te dotan del piolet y los crampones. Hay que tener en cuenta que es fundamental llevar ropa de abrigo e impermeable. Las condiciones climatológicas en el glaciar son muy cambiantes. De repente puede aparecer el sol, como comenzar a nevar, a llover o levantarse un viento huracanado. La actividad no se suspende salvo condiciones extremas y, en circunstancias así, cualquier persona precavida vale por tres. Además son imprescindibles unas buenas botas, gorro, guantes y muchas ganas de disfrutar de una experiencia única.
Del negro al blanco y los colores imposibles en el ‘trekking’ por un glaciar en Islandia
Una vez que nos enfundamos los crampones y agarramos el piolet comienza la aventura. En nuestro caso nos adentramos por el Virkisjökull, un glaciar que forma parte de otro mayor llamado Vatnajokull y que por lo tanto es una de sus salidas. Un monstruo helado que concluye en una pequeña laguna de aguas turbias en la que es posible ver algún pequeño iceberg que se ha desprendido. A su alrededor, una mezcla de arena y rocas de ese color negro característico del material volcánico. Hay que pensar que esa superficie fue ocupada por el glaciar, ahora en retroceso. Pero su huella está ahí, incluso en las pequeñas rocas decoradas con franjas que son la seña del arrastre producido por el hielo. Tan apasionante como caminar por un glaciar es conocer su comportamiento y su fuerza, y eso es posible gracias a las explicaciones del guía que nos acompañó.
Ese arrastre de arena y roca volcánica hace que la base del glaciar mezcle tonalidades blancas y azules con el negro. Ahí comienza la aventura. Los que no hayan caminado nunca con crampones lo tienen muy fácil. Hay que dar pasos cortos pero firmes. Que los pinchos se claven en el hielo e impidan un resbalón. Que a la hora de dar esos pasos siempre tengamos un pie de apoyo. En las bajadas, tirar el cuerpo hacia atrás y flexionar las rodillas. Esa serie de recomendaciones se dan antes del comienzo de la actividad, pero no requieren ningún máster. Es sencillo.
El recorrido dura unas tres horas y va ascendiendo poco a poco hasta contemplar una vista muy nítida del glaciar y del lago que genera. Justo enfrente, una de las montañas que lo abriga, desde la que se deslizan improvisadas cascadas que ofrecen instantáneas casi idílicas. La subida permite ver las grietas que va dejando el glaciar. Porque es un ser vivo en constante movimiento y cambio. Por eso el guía inspecciona previamente el terreno para garantizar la seguridad de todos los participantes. En nuestro caso fuimos diez personas. Una buena representación del planeta. Asiáticos, británicos, mexicanos, un australiano y una sudafricana. Un grupo estupendo.
El sonido del agua deslizándose por el glaciar acompaña en ocasiones el recorrido, donde la banda sonora es el rugido del viento y el golpe de los crampones en el hielo, como si pisáramos por una amalgama de cristales sin miedo a cortarnos. Uno de los momentos más espectaculares fue cuando nos adentramos en un estrecho túnel donde nos abrigamos más que nunca con el frío hielo. Las mejores imágenes de la ruta sin duda alguna. Una vez alcanzada la cumbre podemos pasar unos minutos divisando las vistas de la inmensa masa helada. Parece una gran ola que nos va a engullir. Una ola en “pause”. Congelada, nunca mejor dicho.
Con esa vista en la retina, es el momento de regresar. Pisando firme y poco a poco. El sol aparece. Sus rayos confieren al hielo una tonalidad más atractiva. Islandia es un país diferente cuando aparece el astro rey. Cuando se asoma, porque normalmente es tímido y no se deja ver por entero. Y si ese sol se proyecta en el hielo, el espectáculo está servido. Regresamos al autobús todoterreno que nos devuelve al centro de visitantes. Hemos culminado una experiencia fabulosa. En esta vida hay que intentar explorar todos los terrenos. El agua haciendo alguna vez submarinismo. La tierra, descubriendo el montañismo y el senderismo. El aire, lanzándose desde un paracaídas. Y el hielo, caminando por un imponte glaciar. Islandia nos dio esa oportunidad y la experiencia ha quedado reflejada en nuestra memoria, pero también en este post y en las fotos que lo acompañan.
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